LOS LÍMITES ECOLÓGICOS DE LA TIERRA (Publicado en la revista de pensamiento y cultura Grand Place)

Los seres humanos y el mundo de la naturaleza se encuentran en una trayectoria de colisión. Las actividades humanas están infligiendo un daño severo y a menudo irreversible al medio ambiente y a los recursos naturales. […] Se precisan, en consecuencia, cambios urgentes si queremos evitar la colisión a la que nos conduce nuestra actual trayectoria.

Unión de Científicos, Aviso a la humanidad por parte de la comunidad científica mundial[1]

La Tierra es nuestra casa común

La Tierra es nuestra casa común

Trayectoria de colisión

La actual trayectoria de la especie humana es de abierta colisión con la biosfera. La actual relación de Homo sapiens con el sistema Tierra[2] está generando un proceso de desestabilización que en términos ecológicos está ocurriendo de manera muy rápida. Desde la revolución industrial y con una fuerte aceleración a partir de la segunda mitad del pasado siglo XX, la humanidad se ha adentrado en un intenso proceso de crecimiento demográfico, económico y tecnológico cuyas presiones e impactos ambientales están desestabilizando importantes sistemas de soporte de la biosfera –en especial el clima, la diversidad biológica y la salud de los océanos–, ocasionando una crisis ambiental de carácter sistémico.

El químico y premio Nobel Paul J. Crutzen ha defendido que la revolución industrial señala el final de la era geológica del Pleistoceno y el inicio del Antropoceno, era caracterizada por la influencia decisiva de los seres humanos en los procesos naturales que tienen lugar en la Tierra. Desde comienzos del presente siglo XXI, el concepto Antropoceno se ha incorporado a la literatura científica como expresión del grado de cambio ambiental provocado por los humanos en nuestro planeta. Su posible definición y aceptación formal se ha convertido en una cuestión muy importante en las Ciencias de la Tierra.

La Tierra ha conocido numerosos cambios ambientales a lo largo de los últimos doce mil años. Sin embargo, en ese período las condiciones generales han permanecido relativamente estables y la humanidad ha podido progresar en un entorno favorable. La revolución industrial iniciada hace 250 años en Europa señala un punto de ruptura. La mencionada revolución industrial activó una serie de fuerzas motrices – intenso crecimiento económico, explosión de la demografía humana, utilización masiva de combustibles fósiles, acelerada transformación tecnológica- cuyas presiones e impactos han provocado importantes problemas ambientales, no ya en el ámbito local o regional como en el pasado, sino de alcance global. Por supuesto, se siguen produciendo impactos ambientales graves de alcance regional. La muerte biológica del mar Aral en Asia Central, la destrucción de las selvas tropicales en Indonesia, el colapso de las pesquerías del bacalao en el Atlántico Norte, la desaparición de los glaciares andinos, el agotamiento del acuífero de las Grandes Llanuras en Estados Unidos, la zona de sequía permanente en el noroeste de China, son algunos ejemplos.

En el nivel más profundo de análisis, la desestabilización de los sistemas de soporte de la biosfera es el resultado del impacto provocado por el proceso de expansión y dominio sobre la naturaleza que Homo sapiens puso en marcha hace sesenta mil años, cuando abandonó su hogar africano y se lanzó a la conquista y ocupación de todos los continentes, ecosistemas y entornos naturales. Ese proceso se ha mantenido hasta el presente sin interrupción. Las fuerzas básicas de supervivencia y reproducción que actuaban entonces en sus individuos, continúan haciéndolo en la actualidad. Como tendencia de fondo sigue predominando una relación de colonización del medio natural caracterizada por la apropiación agresiva y depredadora del entorno, la transformación altamente desordenada y entrópica del mismo, orientada hacia una maximización de la satisfacción individual en el corto plazo, independiente de las consecuencias que ello origine en el largo plazo para las siguientes generaciones y para el resto del ecosistema. Esta es la razón por la que la crisis climática-ambiental global en la que nos hemos adentrado ha de entenderse, en primer lugar, como una crisis ecológica. Aquella especie, Homo sapiens, que, persiguiendo a las manadas de caza, abandonó su cuna africana hace sesenta mil años; que, organizada en grupos de cazadores-recolectores, protagonizó un periplo épico de dispersión y descubrimiento que le permitió colonizar todos los continentes; aquella especie que creó formidables civilizaciones y culturas, se ha convertido en una fuerza ecológica de alcance planetario. Su capacidad de transformación del medio natural es tan abrumadora y su población tan numerosa (7300 millones en 2016 y se encamina hacia los 9600 a mediados de este siglo) que su trayectoria ha comenzado a colisionar con el tejido de la biosfera[3].

Ante este diagnóstico surge una pregunta inevitable: ¿Cómo es posible que el desarrollo económico haya desencadenado una crisis climática-ambiental de carácter sistémico? La respuesta en el fondo es sencilla: la salud ambiental de la biosfera no ha formado parte de la ecuación del crecimiento económico. El crecimiento, sin adjetivos, ha estado en el núcleo del pensamiento económico desde que la Economía quedó configurada como ciencia social con el trabajo pionero de Adam Smith, La riqueza de las naciones (2010). En las tres últimas décadas con la formulación del concepto “desarrollo sostenible” se ha tratado de reconducir la situación, si bien con escasos resultados. Las respuestas a los problemas ambientales de alcance global no han funcionado de forma satisfactoria porque se han abordado desde un marco de referencia que ha dejado de lado las fuerzas motrices. Implícita o explícitamente, se han enfocado los problemas como si fuesen meros desajustes en el modelo de desarrollo que se pueden corregir con arreglos menores desde la economía, la tecnología y la legislación. Las respuestas se han dirigido a reducir en el margen las presiones o los impactos, es decir los síntomas, evitando afrontar las causas. No ha existido voluntad política ni demanda social suficiente como para analizar con mirada crítica las fuerzas motrices. Esa mirada hubiese afectado a cuestiones sensibles del sistema socio-económico como el crecimiento demográfico, la orientación absoluta hacia el incremento del producto interior bruto (PIB) o el sistema energético basado en combustibles fósiles. En definitiva, se ha abordado como un problema de gestión lo que es una desestabilización ambiental de carácter sistémico.

La desconexión de la Economía respecto a las bases biofísicas

Los economistas neoclásicos – Léon Walras (1834-1910), William Stanley Jevons (1835-1882) y Alfred Marshall (1842-1924) – comprobaron hacia 1870 que el siglo XIX había conocido un crecimiento económico imparable. Era, en consecuencia, un siglo optimista. La disponibilidad de la energía contenida en el carbón había sentado las bases de una civilización industrial que estaba conquistando el mundo y las empresas mercantiles europeas buscaban nuevos mercados en los que expandirse. La lógica del sistema requería que las necesidades de las personas quedasen definidas como deseos siempre infinitos, de manera que la Economía encontrase en todo momento la justificación social de satisfacerlas. Las necesidades se objetivaban en la demanda de bienes y servicios y en la disponibilidad para pagarlos. La satisfacción de las mismas no proporcionaba felicidad, pero sí bienestar. El utilitarismo filosófico había argumentado que ése era el legítimo fin social de una Economía que, por medio de la mano invisible del mercado, era capaz de transmutar el deseo individual de prosperar y enriquecerse en una optimización del bienestar social.

Sin embargo, en el último tercio del siglo XIX, el sistema de libre competencia comenzaba a debilitarse con la irrupción de grandes conglomerados industriales europeos en sectores clave como el carbón y el acero. Esas concentraciones de poder económico distorsionaban la libre competencia. Los precios no se fijaban en un sistema de justa concurrencia, sino que, en gran medida, se acordaban, se pactaban. Las imperfecciones del mercado existían, y el estudio de la conducta económica de los agentes –hogares, empresas e industrias– pasó a ocupar el interés de la escuela neoclásica de Economía. Sus respuestas, formalizadas por medio del cálculo diferencial matemático, concluían que el sistema de mercado competitivo era el instrumento adecuado para llevar a cabo una asignación de los recursos que generase el mayor beneficio social. La economía política había de abordar las imperfecciones del mercado y reconducirlas, en la medida de lo posible, hacia la libre competencia.

El cambio que introdujeron en la función de producción tuvo gran relevancia para el tema que nos ocupa: la función de producción económica quedó definitivamente desconectada de toda dependencia biofísica. Dado que, en la formulación neoclásica tradicional el capital era capaz de generar un continuo flujo de rentas, sólo faltaba un paso lógico para concluir que la Economía no dependía de la tierra ni de los recursos naturales. Éstos podían ser sustituidos por nuevo capital. Desde entonces, la Economía ha considerado que todo output puede ser alcanzado mediante la oportuna combinación de inputs. Si un factor determinado escasea, siempre podrá ser sustituido por otro o por capital. Se acepta que recursos naturales específicos sean escasos. Ahora bien, siempre podrán ser sustituidos por otros a medida que los precios relativos emitan las oportunas señales de escasez.. La escasez puede darse de manera puntual pero no de forma generalizada, ya que la tecnología siempre encontrará las soluciones apropiadas. La nueva escuela liberó a la Economía de la preocupación por un horizonte estacionario a largo plazo al establecer el principio de la perfecta sustitución. La clave estaba en el desarrollo tecnológico convertido, desde entonces, en el deus ex machina, capaz de transformar toda limitación en una oportunidad para la innovación tecnológica y, a partir de ella, para el crecimiento económico.

Sin embargo, en el último tercio del siglo XX hemos comenzado a despertar de ese sueño ilusorio. La estabilidad del clima, la diversidad biológica, el ciclo global del agua, la salud ambiental de los océanos, la capa de ozono, el ciclo del nitrógeno y el fósforo, etcétera, están en la base misma del funcionamiento de la biosfera y, en consecuencia, de la propia existencia de las personas y la sociedad. La posibilidad de sustituir esas funciones vitales en el caso de que se degraden o destruyan es cero. En consecuencia, es imprescindible preservar el capital natural en su realidad física, biológica, ecológica, preservando los umbrales de seguridad que garantizan las funciones de soporte de la biosfera. Las modernas economías industriales se han construido sobre la asunción implícita de que el medio natural era un proveedor casi infinito de recursos naturales, así como un receptor capaz de absorber de forma casi infinita las emisiones y contaminantes generados por las actividades económicas.

A partir de los años sesenta y setenta del pasado siglo XX esa abstracción de la Economía se hizo, sin embargo, patente y surgieron los primeros debates socialmente significativos sobre el agotamiento de los recursos naturales y la degradación del medio natural. Los bienes denominados libres –la calidad del aire, la salud ambiental de los océanos, la estabilidad del clima, etcétera–, al no ser apropiables, habían quedado fuera del campo de la ciencia económica convencional. El ámbito de su universo cognitivo había quedado circunscrito a aquellos bienes y servicios escasos y apropiables, a los que se les podía asignar un precio en función de las relaciones de oferta y demanda. Los bienes libres no podían emitir señales de escasez y deterioro ambiental vía precios, por lo que su degradación no quedaba capturada en los mecanismos del mercado.

La Economía ante la crisis climática-ambiental

Mientras las presiones e impactos ambientales quedaban circunscritos a un ámbito local o nacional, los gobiernos respectivos podían aplicar, al menos hasta cierto punto, medidas de control. Sin embargo, la Economía como ciencia social carecía de la visión preanalítica adecuada para abordar una crisis climática-ambiental global que ha emergido como consecuencia del desbordamiento de la capacidad de la biosfera como receptora de desechos, emisiones y residuos. Bienes comunes como la atmósfera ni eran apropiables ni provocaban rivalidad en su utilización. ¿Cómo podían sospechar los clásicos, los neoclásicos o el mismo Keynes que a finales del siglo XX y a comienzos del siglo XXI se asistiría a un proceso de desestabilización de la biosfera como resultado de los efectos secundarios, las externalidades, del crecimiento económico? Joseph Schumpeter anticipó con gran lucidez la actual situación a la que se enfrenta la disciplina. En su obra Historia del análisis económico (2012; [1954]) escribió:

“El trabajo analítico va necesariamente precedido por un acto pre-analítico de conocimiento que suministra el material en bruto a aquel esfuerzo. En este libro llamaremos «visión» a ese acto cognoscitivo pre-analítico. Es interesante observar que esta visión no sólo ha de anticiparse históricamente al nacimiento del esfuerzo analítico en cualquier campo, sino que también tiene que volver a introducirse en la historia de toda ciencia establecida cada vez que alguien nos enseña a «ver» cosas bajo una luz cuya fuente no se encuentra en los hechos, métodos y resultados del estado anterior de la ciencia”.

A comienzos del siglo XXI, la Ecología científica, las Ciencias de la Tierra, las Ciencias del Clima y otras disciplinas están ayudando a la Economía, ciencia social, a «ver» la realidad bajo una luz cuya fuente no está ni en la generación de valor, ni en la formación de los precios, ni en las crisis de sobreproducción, sino en las bases biofísicas que la Economía dejó al margen de su universo de interés. La Economía como ciencia social asiste perpleja a una crisis climática-ambiental que socava las bases mismas del funcionamiento perdurable de la sociedad. Así, el economista británico Nicholas Stern, en sus obras de referencia sobre el cambio climático The Economics of Climate Change (2007) y A Blueprint for a Safer Planet (2009), se ha referido a las emisiones de gases de efecto invernadero como «el mayor fallo de mercado que ha conocido el mundo». Y es que la Tierra no es ya aquel lugar casi infinito en su capacidad para generar recursos y absorber los desechos y emisiones que tenían ante sí los industriales y comerciantes europeos y norteamericanos cuando se lanzaron a la conquista económica de las naciones y continentes tras la revolución industrial. Se impone, en consecuencia, una nueva visión, nuevas formas de pensamiento.

En 1962, el catedrático de Historia de la Ciencia de Berkeley Thomas Kuhn, publicaba su influyente libro La estructura de las revoluciones científicas (2006; [1962]), en el que explicaba el aspecto dinámico y las tensiones que se suscitan en los cambios de lo que denominó el «paradigma de la ciencia» (presupuestos básicos, conceptos, métodos de investigación). A medida que surgen nuevos problemas, explicó, éstos se interpretan desde ese marco de referencia y así, en el día a día, avanza el conocimiento. Ahora bien, hay un momento en que las anomalías se acumulan y el paradigma que domina en un determinado ámbito comienza a debilitarse, abriéndose paso un nuevo marco de referencia con su lenguaje, métodos y explicaciones. Durante un tiempo, ambos paradigmas perviven en una situación inestable. Quienes se han educado en el viejo modelo comprensiblemente se aferran a él, ya que a nadie le gusta reconocer que su marco de referencia cognitivo ha quedado obsoleto. La crisis climática-ambiental es hoy día mucho más que una anomalía en el modelo convencional de la Economía, es un elefante en la sala de estar. No hay manera de evitar su presencia. Por lo tanto, se impone una sana perplejidad que obligue a formular las preguntas adecuadas sobre cómo continuar el desarrollo económico en una biosfera finita cuyas costuras han comenzado a rasgarse.

En otras palabras, los problemas ambientales de ámbito global precisan una nueva manera de pensar, o para decirlo en los términos de Schumpeter una visión preanalítica diferente. En un mundo que se encamina hacia los 9600 millones de personas a mediados de este siglo, con un sistema climático desestabilizado y una masiva extinción de diversidad biológica, los problemas a los que se ha de enfrentar la Economía son muy diferentes a los de comienzos de la revolución industrial, la era colonial europea del siglo XIX o la Gran Depresión de 1929. Un grupo de economistas ha tratado de renovar el marco conceptual con el que comprender, analizar y corregir esos problemas. Surge así la Economía ecológica, escuela de pensamiento que ha cuestionado las bases inmateriales del modelo económico y se ha abierto a la influencia de otras disciplinas académicas, en especial la Ecología científica.[4] Entre sus exponentes más destacados se encuentran Nicholas Georgescu-Roegen (1906-1994), Kenneth Boulding (1910-1993), Ernst Shumacher (1911-1977) y Herman Daly (1938).

La Economía ecológica conceptualiza la economía como un subconjunto imbricado en un conjunto más amplio, el sistema Tierra, al que está indisolublemente unido. De él obtiene los materiales y la energía que transforma en bienes y servicios. Los recursos procedentes de la naturaleza entran en el subsistema económico en un estado de baja entropía (en forma de materias primas, valiosos recursos naturales y energéticos) y salen de él en un estado de alta entropía (desechos, residuos, contaminación, efluentes, calor residual). En el proceso se generan los bienes y servicios que demanda la sociedad. El subsistema económico mantiene estable su nivel de desorden entrópico a base de aumentar el desorden del sistema más amplio del que forma parte. Herman Daly (2005) ha formulado el concepto de escala del subsistema económico respecto al sistema natural como el volumen total de los flujos biofísicos que se cruzan entre ambos sistemas. Defiende la necesidad de una macroeconomía ambiental cuya principal tarea habría de ser «diseñar una institución económica capaz de mantener la escala de los flujos biofísicos en un nivel que evite la destrucción de la biosfera»[5].

Los límites ecológicos del sistema Tierra y su integración en el modelo de desarrollo económico

La visión que ha servido de soporte a los modelos clásico, neoclásico y keynesiano no es adecuada para reconducir la desestabilización antrópica de la biosfera. La Economía no puede continuar dando la espalda a la Ecología científica. La intuición de Joseph Schumpeter sobre la necesidad de renovar la visión preanalítica, aprendiendo a ver lo que otras disciplinas le aportan desde otros campos de conocimiento, se ha confirmado. La comunidad científica – la Ecología científica, las Ciencias de la Tierra, las Ciencias del Clima y otras – viene reclamando a la Economía que preste atención a una biosfera cuyo deterioro ecológico amenaza con ser irreversible. La Economía, al igual que ocurrió con la síntesis keynesiana tras la Gran Depresión de 1929, ha de formular una nueva síntesis integrando en el modelo del desarrollo económico global la preservación de los umbrales críticos de la biosfera.

En las tres últimas décadas, la incorporación de cientos de millones de personas a las denominadas nuevas clases medias y su integración creciente en la economía global han añadido intensidad a las presiones e impactos ambientales, tradicionalmente ligados a las economías más desarrolladas. Nos dirigimos hacia un futuro incierto y peligroso. En consecuencia, no puede sorprender que en la comunidad científica se haya instalado un sentido de urgencia ante las amenazas identificadas. Diversos subsistemas que sirven de soporte al funcionamiento integrado del sistema Tierra se están desplazando fuera de los umbrales en los que han permanecido en el último medio millón de años, mucho antes de la aparición de nuestra especie. La comunidad científica insiste en que la humanidad se enfrenta a la amenaza de un cambio irreversible y peligroso en el estado de la biosfera. El presidente Obama, en la entrevista en profundidad mantenida con el periodista Jeffrey Goldberg y publicada en la revista Atlantic este mes de abril, se ha referido al cambio climático de manera inusualmente grave. Si no es reconducido, afirma, “representará una amenaza existencial para el mundo”.

Los científicos utilizan el concepto de «umbral crítico» para referirse al nivel cuantitativo en el que opera con garantías de estabilidad un determinado subsistema natural. Si se sobrepasa, la función correspondiente comienza a desestabilizarse y disminuye su capacidad para continuar favoreciendo el desarrollo de la sociedad y la economía. La existencia de umbrales no implica un límite al desarrollo económico, sino una condición ecológica que ha de observarse al objeto de que la sociedad y la economía sean viables a largo plazo. El estudio de Rockström y otros, publicado en la revista científica de referencia Nature, fue pionero a la hora de identificar y cuantificar los límites ecológicos del sistema Tierra. En el artículo analizaron nueves sub-sistemas ambientales de carácter global en los que han emergido problemas graves:

  • Cambio climático.
  • Acidificación de los océanos.
  • Agotamiento del ozono troposférico.
  • Alteración del ciclo del nitrógeno y del fósforo.
  • Escasez creciente de agua dulce.
  • Cambios en los usos del suelo.
  • Pérdida de biodiversidad.
  • Acumulación de aerosoles en la atmósfera.
  • Contaminación química.
  • El estudio mencionado concluye que no se conoce con suficiente precisión el impacto cuantitativo producido por la acumulación de aerosoles y la contaminación química, por lo que ambos subsistemas permanecen sin evaluación. Tres subsistemas ya han sobrepasado sus umbrales críticos –la pérdida de diversidad biológica, la alteración del ciclo del nitrógeno y el cambio climático[6] –. En otros cuatro –la acidificación de los océanos, la disponibilidad de agua potable, los cambios en los usos del suelo y el ciclo del fósforo–, la intensidad y velocidad de los cambios en curso es tan elevada que, previsiblemente, pronto se sobrepasarán los umbrales correspondientes. Sólo la capa de ozono presenta una trayectoria positiva como consecuencia de la aplicación de los acuerdos internacionales alcanzados en el Protocolo de Montreal.

Fuente: Johan Rockström et al,, Nature, vol. 461/24, septiembre de 2009.

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En el caso del cambio climático, el umbral ecológico propuesto por la mayoría de la comunidad científica y aceptado por la comunidad internacional, es el de los 1,5-2ºC de incremento sobre la temperatura media que la atmósfera tenía en los tiempos preindustriales. Ese umbral se asocia con una determinada concentración en la atmósfera de gases de efecto invernadero. Conocido ese umbral o límite ecológico la ciencia ha establecido de manera precisa el máximo de emisiones que se pueden liberar en el futuro. Una vez se acuerde normativamente ese límite ecológico, las grandes líneas de la política ambiental global son bien conocidas:

  • Eliminación de los 500.000 millones de US$ de subvenciones anuales a las energías fósiles.
  • Eliminación de la generación eléctrica basada en carbón.
  • Impulso a la eficiencia energética mediante programas masivos para su implementación en todos los sectores de la economía.
  • Sistema internacional de compra-venta de permisos de emisión o, alternativamente, establecimiento de un precio a las emisiones de CO2.
  • Fuerte apoyo político, económico y de I+D a las energías renovables.
  • Programas masivos de investigación, desarrollo e innovación dirigidos a lograr una movilidad no dependiente de los derivados del petróleo.

En definitiva, promover una transición energética internacional entre 2016 y 2050, basada en el ahorro, la eficiencia y las energías renovables, con el gas como energía de transición, que deje atrás el carbón como recurso energético y avance de manera sustancial hacia una movilidad no dependiente del petróleo. Una vez que el umbral de seguridad de los 1,5-2ºC ha quedado asumido por la comunidad internacional tras la aprobación y ratificación del Acuerdo de París, la economía de libre mercado integra esa información en su metabolismo y genera un sinfín de oportunidades para las empresas y las tecnologías capaces de protagonizar esa transición.

En conclusión, el cambio climático es, tras la capa de ozono, el ejemplo muy claro de cómo el desarrollo económico global se ha topado con los límites ecológicos del sistema Tierra. La Economía ha de ayudar a identificar, definir y cuantificar la mejor manera de proseguir con el desarrollo económico sin que problemas como el cambio climático, la pérdida de diversidad biológica y la preservación de la calidad ambiental de los océanos se vayan de las manos. La crisis del clima es el problema más urgente y el que ha de centrar la atención de la comunidad internacional de forma inmediata. Ahora bien, la desestabilización de las funciones de soporte de la biosfera es un problema más amplio y sistémico y es preciso formular posibles salidas integrales. La opción que he defendido en mi libro es la aprobación de la Carta de Custodia de la Biosfera de las Naciones Unidas, mediante la cual los estados se comprometen normativamente a preservar los umbrales de seguridad identificados y cuantificados por la comunidad científica. La Carta de Custodia de la Biosfera no implica limitar el desarrollo económico. Se trataría, por el contrario, de integrar en el modelo de desarrollo los límites ecológicos de la Tierra, activando las transiciones económicas y tecnológicas correspondientes que permitan asegurar una sociedad perdurable.

Abril, 2016

Antxon Olabe Egaña.

Economista ambiental y ensayista.

Ha publicado recientemente el libro Crisis climática-ambiental. La hora de la responsabilidad (Galaxia Gutenberg, 2016).

Referencias

  • Daly, Herman E. (2005): “Economics in a Full World”, Scientific American, septiembre.
  • Folke, Carl (2013):”Respetar los límites del planeta y recuperar la conexión con la biosfera” en La Situación del Mundo 2013, Barcelona, Icaria.
  • Georgescu-Roegen, Nicholas (1975): “Selections from Energy and Economic Myths”, en Daly, Herman E. y Townsend, Kenneth N. (ed), Valuing the Earth. Economics, Ecology, Ethics (1993), Cambridge, MIT Press.
  • Hansen, James (2009): Storms of My Grandchildren, Londres, Bloomsbury.
  • International Energy Agency (2015): “World Energy Outlook Special Report 2015: Energy and Climate Change”.
  • Intergovernmental Panel on Climate Change (2013): Summary for Policymakers. In: Climate Change 2013: The Physical Science Basis. Contribution of Working Group I to the Fifth Assessment Report of the Intergovernmental Panel on Climate Change. [Stocker, T.F., D. Qin, G.-K. Plattner, M. Tignor, S.K. Allen, J. Boschung, A. Nauels, Y. Xia, V. Bex and P.M. Midgley (ed)]. Cambridge y Nueva York, Cambridge University Press.
  • Kuhn, Thomas (2006): La estructura de las revoluciones científicas, Madrid, Fondo de Cultura Económica.
  • Naredo, José Manuel (1987): La economía en evolución. Historia y perspectivas de las categorías básicas del pensamiento económico, Madrid, Siglo Veintiuno.
  • Naredo, Jose Manuel y Gómez-Baggethun, Erick (2012): “Río+20 en perspectiva. Economía verde: nueva reconciliación entre ecología y economía”, en La Situación del Mundo 2012, Barcelona, Icaria.
  • Rockström, Johan y otros (2009): “A Safe Operating Space for Humanity”, Nature, volumen 461.
  • Rockström, Johan y otros (2013): “Sustainable Development and Planetary Boundaries”. http://www.post2015hlp.org/wp-content/uploads/2013/06/Rockstroem-Sachs-Oehman-Schmidt-Traub_Sustainable-Development-and-Planetary-Boundaries.pdf
  • Running, Steven W. (2012): “A Measurable Planetary Boundary for the Biosphere”, Science, volumen 337.
  • Schumpeter, Joseph A. (2012): Historia del análisis económico, Barcelona, Ariel.
  • Smith, Adam (2010): La riqueza de las naciones, Madrid, Ediciones El País.
  • Steffen, Will y otros (2004): Global Change and the Earth System. A Planet under Pressure, Berlín, Springer.
  • Steffen, Will y otros (2011): “The Antrophocene: From Global Change to Planetary Stewardship”. AMBIO, volumen 40.
  • Stern, Nicholas (2007): The Economics of Climate Change, Cambridge, Cambridge University Press.
  • Stern, Nicholas (2009): A Blueprint for a Safer Planet. How to Manage Climate Change and Create a New Era of Progress and Prosperity, Londres, Bodley Head.
  • United Nations Environment Programme (2012): GEO5. Global Environment Outlook. Environment for the Future We Want. 

[1] Documento firmado en 1992 por 1.575 prominentes científicos, incluyendo a 99 premios Nobel. El documento fue enviado a los gobiernos de todo el mundo.

[2] El Programa Ambiental de las Naciones Unidas define así el sistema Tierra: “Un sistema es un conjunto de componentes que interactúan unos con otros dentro de unos límites previamente definidos. El sistema Tierra es un complejo sistema socio-ambiental que incluye un amplio conjunto de componentes y procesos físicos, químicos, biológicos y sociales que determina el estado y la evolución del planeta y de la vida en él. A los componentes biofísicos del sistema se les denomina esferas: atmósfera, biosfera, hidrosfera, geosfera. Generan los procesos ambientales que regulan el funcionamiento de la Tierra y entre ellos están el sistema climático y los servicios ecológicos generados por la biosfera, incluyendo los alimentos y recursos naturales tales como las energías fósiles y los minerales. Los seres humanos forman parte del sistema Tierra. Las mencionadas esferas incluyen a su vez numerosos subsistemas y niveles de organización” (UNEP, 2012).

[3] A modo de ejemplo, el 80% de la superficie emergida del planeta presenta huellas de la transformación humana. Solamente el 17% de las tierras no heladas sigue siendo salvaje, sin signos importantes de ocupación humana: la tundra, la taiga, buena parte de la Amazonía y los desiertos.

[4] La primera conferencia internacional sobre la relación entre Economía y la Ecología científica tuvo lugar en 1982 y desde 1988 se publica la revista científica Ecological Economics.

[5] Rockström y Sachs (2013), por su parte, han monetarizado el problema de la escala, estimando que si los países que disponen de una renta media-baja igualan la renta media de las economías ricas (aproximadamente 40.000 dólares EE.UU. anuales), el PIB mundial se incrementará desde los 87 billones de dólares anuales de la actualidad a 290 billones en 2050, más del triple. Ese incremento del tamaño de la economía junto con una población de 9600 millones de personas significará una presión inmensa sobre la biosfera.

[6] En su estudio Rockström y colegas establecieron el umbral de seguridad del cambio climático en 350 partes por millón de partículas de CO2 en la atmósfera (por volumen), siguiendo los planteamientos de científicos del clima de referencia como James Hansen. Ese umbral ya se ha sobrepasado.

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