ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA POLÍTICA EXTERIOR (Nº ENERO-FEBRERO, 2017)
Días después de la entrada en vigor del Acuerdo de París el 4 de noviembre de 2016, un negacionista climático, Donald Trump, ganaba las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. La comunidad internacional se prepara, en consecuencia, para la demolición del importante legado climático de Obama. El Acuerdo de París, al ser un tratado internacional, no puede ser unilateralmente revocado. Ahora bien, la casi segura retirada de Estados Unidos del mismo supondrá un golpe muy duro contra la arquitectura climática construida en los últimos años, así como contra la contención de emisiones que Estados Unidos ha logrado en la última década.
Una de las posibles consecuencias negativas de esa elección es que la crisis del clima pierda relevancia política en las principales capitales, no sólo en Washington, como ocurrió tras la fallida cumbre de Copenhague, en un momento en que la alteración de clima se está acelerando y sus impactos están siendo más severos de lo previsto. La transición hacia un nuevo estado en el sistema helado del Ártico está emergiendo y en pocos años permanecerá libre de hielo durante cuatro o cinco meses al año (Peter Wadhams. A firewell to ice. A report from the Arctic. 2016); las capas de hielo polares de Groenlandia y el Oeste de la Antártida están reaccionando a la alteración del clima perdiendo entre ambos sistemas, según datos recientes, alrededor de cuatrocientos kilómetros cúbicos de hielo al año (German Advisory Council on Global Change, 2014); un estudio de la NASA (Benjamin y otros, Journal of Geophysical Research, 2016) ha concluido que la sequía extrema que se inició en 1998 y finalizó en 2012 en la región del Levante Mediterráneo (Israel, Jordania, Líbano, Palestina, Chipre, Siria y Turquía) ha sido la más severa de la región en novecientos años; se está produciendo el colapso de buena parte de los ecosistemas de arrecifes de coral; la intensidad de las olas de calor ha situado los termómetros en máximos de 510C en Phalodi (India), 53,90C en Basra (Irak) y 540C en Mitribah (Kuwait) en el verano de 2016, rozando los límites de la tolerancia humana (The Economist, 6 de agosto, 2016); se acelera la desaparición de los pequeños Estados isla del Pacífico bajo las aguas.
En el año 2016, el incremento de la temperatura ha sido ya de 1,20C respecto a la existente en tiempos pre-industriales. Quince de los dieciséis años más cálidos desde que existen registros, 1880, han ocurrido en el siglo XXI (Status of Global Climate in 2015. Organización Meteorológica Mundial, 2016). Además, debido a las emisiones que han tenido lugar en las dos últimas décadas y media, aunque cesasen a día de hoy las emisiones mundiales la temperatura aumentaría otros 0,4-0,50C. La razón es el lapsus temporal que existe entre el momento en que se generan las emisiones y la respuesta del sistema oceánico-atmosférico al forzamiento radiativo en forma de aumento de la temperatura. En consecuencia, el objetivo del Acuerdo de París de situar el incremento de la temperatura cerca de 1,5ºC, si bien es políticamente positivo en la práctica es casi inalcanzable. De hecho algunos científicos climáticos consideran probable que ese incremento de la temperatura se alcance a comienzos de la década de 2030 (The truth about climate change, Watson y otros, 2016).